miércoles, 3 de junio de 2009

EL HOMBRE GRIS

Cada mañana ahí está esperándome con la mirada de humo y el gesto plagado de soledades. Semeja un perrillo abandonado aguardando eternamente a su amo.

Antes de que aparezca su silueta desvalida, ya la estoy buscando y nuestro encuentro es no entender un porqué y un dejarte arrastrar por sensaciones encontradas; sé que por mucho que yo le mire con ojos tibios, él no me ve. Está perdido en los callejones de su memoria.

Hay una esquina de la calle, donde el sol revienta cada mañana, que ilumina al hombre gris, pero su cara despoblada, su rictus de tristeza no abandonan su campo arado de penas. Los rayos plata visten de oro a este hombre cuya voluntad amanece con el día, y le obliga a volar a esa esquina abrazado a un periódico y esperando no se sabe qué. Tal vez se pase allí el día masticando el aroma de las horas mientras la gente roza su aliento perdido… Quién sabe.

Y así, un día y otro se repite la misma película sin que él aterrice en la explanada de la vida, ni yo me decida a formar parte de ese film; más bien me inclino a ser una mera espectadora de un robot al que se olvidaron borrar los sentimientos, como en la película “Inteligencia Artificial”… Quién sabe.

Si al menos se posara algún vencejo cerca de su sombra, su mutismo tendría música, y mis ojos penitentes tendrían el consuelo de que mi hombre gris no está sólo en su vacío.

Aprieto su evocación con mis fuerzas abastecidas de ternura y pena, no quiero perder ni un renglón de ese hombre gris que remueve mis cimientos. Dialogo con mi paso y su imagen prendida en el alma para dárosla a vosotros, silentes paseantes sobre letras desatinadas.

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