Al llegar la tarde se acicalaba, se ponía bien guapa. Sus labios, color rojo pasión, su falda y su blusa de los domingos, sus zapatos de tacón. En cuanto la veía coger el bolso ya sabía donde iríamos. Por aquel entonces tenía nueve años, sólo nueve en un cómputo establecido, aunque creo que siempre he sido mayor a la edad expresada en los papeles. Y nos marchábamos hacia el séptimo arte. Al principio, debido a la escasez monetaria, sólo nos permitíamos ir una vez por semana, luego, aumentó a dos, más tarde a tres, e incluso, al final, llegamos a ir cinco por semana. Lo raro e inusual era que siempre era la misma cinta dado que la frecuencia de cambio era quincenal, así que podía ver la misma película diez veces en quince días, todo una locura que me ayudó a cultivar una extraña capacidad de aprendizaje, todo sobre la base de la repetición. Nuestras butacas en segunda fila, en el centro, siempre. No cabe citar que el portero, el Señor D. Julián, llegó a conocernos muy bien. Creo que estaba un poco enamorado de mamá. Aunque nunca tuve la certeza, pues no se le pregunté, si que pude ver el brillo de sus ojos al vernos entrar día tras día. En los comienzos todo me parecía muy divertido, me sentía un niño con mucha suerte, pues entre mis amigos ninguno se podía permitir este tipo de lujos. Yo fantaseaba en el colegio, narraba las diferentes pericias y las distintas tramas adquiridas. Pero, y según me iba haciendo mayor, había algo que me comía por dentro. ¿Por qué mamá me dejaba sólo la gran mayoría de los días? ¿Por qué motivo desaparecía y volvía a aparecer cuando la película estaba a punto de terminar? ¿Se marchaba fuera de la sala o se quedaba en algún lugar escondida? ¿Sufría de incontinencia a la misma hora y lugar? ¿Era el santuario perfecto para derramar lágrimas ante la ausencia de papá? Y todo era extraño, y yo me iba dando cuenta. La secuencia la misma, el comportamiento el mismo. Comenzaba el film, la oscuridad lo embargaba todo, y ella, ella se marchaba diciéndome en el oído: <
Ante la novedad todo es circunstancial, no hay preocupación ni malos pensamientos, pero cuando la novedad se transforma en clonación uno puede divagar. En esas divagaciones transcurrían las tardes de cine. ¿Por qué, mamá? Ella se levantaba, agachaba su cuerpo para no entorpecer la visión al resto de las personas que acudían a la sala, y partía hacía la parte de atrás del recinto. ¿Por qué se sentaba al fondo dejando a su hijo en completa oscuridad; sólo, entre rostros desconocidos y algún que otro ronquido? Me costó saberlo tras mucho tiempo de ignorancia, quizás la edad que no obliga a nada más que vivir. Ella se iba, yo me quedaba. Los días, meses y años se incorporaban a nuestras llagas al igual que la droga va dejando posos en las venas receptoras. Llegué, con el tiempo y la aliteración, a no sentir curiosidad por lo que la pantalla mostraba, ni a los diálogos, ni a la música, ni a nada que tuviera que ver con la cinematografía. Me interesaba ella y sus inquietudes.
Entre los blancos-oscuros, la luminosidad efímera me permitía hallarla, atrás, tan lejos y tan cerca de mí, sintiendo como ella me cuidaba, mientras agachaba la cabeza en un compás acelerado o mientras veía la película sin ver nada más que una pantalla ciega junto a rostros y cuerpos que aparecían ocasionalmente para dejar como rastro un pañuelo violado. Otras, las menos, cabalgaba en un trote acompasado, envolviendo en silencio un grito desesperado. Ella, al final. Yo, en desconcierto.
En todo niño hay un investigador, ley innata. No fue fácil de digerir y de asociar este comportamiento. Los indicios aparecieron solos; las piezas del puzzle cuadraron. Vestigios y restos acumulados entre los diálogos de bellas actrices y de los primeros desnudos insinuados fueron depositados ante mí para darme cuenta del gran gesto y de la gran fuerza materna para salir adelante. Sin tener que decir nada, ni ella ni yo, sólo una mirada, conseguí conocer a una mujer sobrenatural: mi madre, que en el cielo descanse. Y nada cambió, seguí acompañándola al cine, creo que se sintió segura con mi compañía. Yo si lo estuve, ahora que falta no lo estoy tanto. Mi madre superó barreras para que yo alcanzará una vida mejor, no le importó nada caer en el abismo. Nunca le pedí explicaciones.
Ahora soy cinéfilo, enfermo y empresario de un multicine, pero nunca dejo de mirar hacia atrás por si acaso aparece en el fondo de la sala.